Cine: Ciclo «Madrid de Cine»
Cándida de Guillermo Fesser.
MADRID DE CINE
Poco podía imaginar Ysidorus Agrícola, -más conocido como San Isidro Labrador- jornalero de terratenientes en el despoblado Mayrit musulmán, que el lugar en el que hundía el arado había de tener un largo e insólito destino.
Para empezar que, unos siglos más tarde, la abeja reina del poderoso clan de la corte de Carlos IV, la duquesa de Alba, muriera de forma sospechosa, investigada por la policía, con tan sólo 40 años y tras una fiesta rodeada de las principales personalidades de la época, -de un torero hasta el pintor Goya, pasando por el Príncipe y el primer ministro- tras beber un sospechoso licor de una copa. O que, con el tiempo, el Madrid de Esquilache y Villanueva, sobre El Prado y Castellana, se iría nucleando en barrios cada vez más lejanos y poblados. Cada uno con su personalidad y desesperanza. También, que sería el punto final, aterrado, de una guerra fratricida.
El ciclo sobre Madrid, que propone la Asociación Cultural Club del Cine, hasta el 15 de mayo, fiesta oficial de nuestro buen labrador, trata de acercarse a alguno de esos momentos, a los que hay que añadir la posguerra madrileña con el éxodo rural a la capital y el café de las almas pobres y perdidas que veremos en “La Colmena” de Mario Camus, sobre, quizás, la mejor obra de nuestro Nobel, Camilo José Cela.
Pero qué iba a saber Isidro, que tenía a los ángeles para hacer su trabajo, mientras se entregaba a Dios. El cine, menos propenso a prodigios y milagros, nos acerca, con su cámara, a los variados, dramas, alegrías, injusticias, amores, tragedias y pequeños triunfos, de los habitantes, nacidos o adoptados, del que llamaron “poblachón manchego”. El tiempo se encargó de desmentirlo y poner en su lugar lo que el viento no se llevó.
Cándida de Guillermo Fesser. España 2006. Comedia-drama.
Cándida es una asistenta mayor que ha aprendido a hablar pegando las frases de los otros y que siempre ha soñado con tener su propia casita, pero a la que la vida no ha parado de golpear de forma dramática y surrealista. Cándida conoce a Pablo, un joven periodista que presenta un telediario. La sencillez de Cándida, su amor por la vida y su tesón, constituyen el empuje que Pablo estaba esperando para recuperar a la persona que ama. Gracias a esta relación Cándida consigue, al fin, un trozo de tierra con su casa soñada, en Nueva York. Pero quizá tenga que renunciar a ella, igual que ha renunciado a todas las oportunidades que ha tenido a su alcance por permanecer junto a sus hijos. Ese es, según Cándida, el deber y el placer de una madre.